miércoles, 24 de marzo de 2010

No tengo nada para impresionar, ni por fuera ni por dentro...


Despertarme a tu lado. Los dos en la cama y el primer rayo de sol de la mañana acariciando tu cara. Esa cara hermosa, perfecta y bien hecha que solo tú tienes. Y como envidio al sol, mis dedos perfilan tu frente, tu ojo, esa naricita bonita, y tus labios... Oh, tus labios. Que me vuelven loca. Suavemente para no despertarte. Y te observo. Y sigues durmiendo, plácidamente, te sonríes con las cosquillas, y pienso en qué debes soñar, y deseo que sea en mi... Pero pronto me olvido de eso. No quiero pensar en lo difícil que debe ser eso. Y de repente te giras. Me das la espalda, y me pongo triste. Porque no ver tu cara durante segundos, minutos, horas, días... Es un calvario. Y entonces no puedo evitarlo, otra vez, me pongo a pensar en los motivos por los cuales me podrías dar la espalda de verdad. Por mi tozudez, mis ganas de tener siempre la razón, mis chiflerías, mis malas contestaciones, mi poca originalidad, por mis ratos de inundación en mi mundo sin querer saber nada de nada ni de nadie, mis días malos, mis cambios de humor sin motivo alguno... Y así podría seguir infinitamente. Pero paro, porque no hago más que torturarme a mi misma. No quiero ilusionarme, porque sé que no hay ni una sola razón por la que enamorarse de mi. Y te abrazo, te abrazo fuertemente notando tu olor, besándote la espalda, deseando que ese abrazo no se acabe nunca, agarrándote por miedo a perderte en ese instante. Y te giras, medio endormiscado. Entre mis brazos. Apartas un poco la vista intentando enfocar, y veo tu duda en los ojos. Esa duda que me acerca al abismo del miedo y me acelera el corazón. Y luego sonríes. Me dices: "Buenos días, princesa". Y nos besamos... Entonces, empujada por la ironía de la situación, me sonrió por dentro, y pienso... Caballero, quiéreme si te atreves.

1 comentario: